1. Hoy existen los escritores contables y los escritores notarios. Para unos existe sólo la cifra (y cifra es, finalmente cero) y para los otros el registro, la maniática voluntad de dar fe. Lo que Mallarmé ya entreveía: “la función numeraria fácil y representativa de la literatura”. Vivimos subordinados a las pulsiones de la cifra, reina soberana de nuestros días. Contar, contar, contar: antes y después y siempre, contar. Evaluar, tasar, pesar. Nada se puede con el estado computable del mundo, que lo empobrece: incluido el lenguaje. El lenguaje, sobre todo un útil para relacionar, comunicar: un medio, simplemente. El lenguaje nos da órdenes, nos ofrece necesidades, como las de la publicidad, estudiados mensajes según el público y rigurosos estudios de mercado que, antes, ya nos han también convertido en estadística. ¡Viva el reino universal de la mercancía y su soberana la cifra!
2. Está época ha conseguido que el nihilismo se lleve a cabo, por doquier. Con violencia pero con cálculo, con frialdad vivimos en este momento una época que bien podríamos llamar de nihilismo activo: ya no es un estado de espíritu, una actitud. No es más que la forma que reduce todo lo que toca y lo convierte en NADA. El nihilismo activo evalúa, mide, taza: determina el valor. Y el valor es hoy, siempre, una equivalencia: puro valor de cambio. (Lo que no sea susceptible de convertirse en cifra, lo invaluable, es INUTIL.
3. El inmenso mercado de valores donde la cotización decide qué es la realidad (aquí los notarios sustituyen a los contables) y la producen en cantidad suficiente hasta que haya que cambiar la tendencia.
4. Hay que actuar en lo inestable: subirse a la CUERDA FLOJA, devolverle a la literatura su carácter peligroso. Y la literatura es más una sintaxis que una semántica, como ya explicaba Benveniste de los actos de enunciación. Es preciso buscar la PALABRA DEL DESPERTAR, LA PALABRA DETRÁS DE LA PALABRA.
5. Hay que buscar, simultáneamente –los tiempos así lo exigen- una reserva del lenguaje que es una reserva del ser. Atravesar la puerta de la nada de la mano de los griegos (me on), de los chinos (wu, kong, hsü), de los budistas (shunya), del pensamiento filosófico veda (Nirriti, shunya), interrogar en Heidegger, arribar así a una nueva época del verbo, desde la nueva conciencia de nuestro Apocalipsis: “En el principio era el verbo y luego el verbo se hizo cifra”. Si esa es la realidad y la cifra comprime al mundo, lo fabrica a su medida, hace plano –en el peor sentido- un globo redondo, hay que buscar un TIEMPO DE INCUBACION, donde pueda volver a pensar(se).
6. Pensar el nihil del nihilismo, poner la cabeza en libertad. Un cerebro paralelo es necesario, obligatorio. Si la palabra es sólo instrumento, funcional y planetaria, deja de ser seminal. La verdadera palabra HABLA después de ESCUCHAR. La literatura es eso: palabra que circula dentro del circulo de la palabra. En medio de la devastación hay una reserva del lenguaje (Rimbaud, allá, pero Huidobro y Gorostiza, acá).
7. A condición de RECLASIFICAR LA BIBLIOTECA. Todos los textos de todas las épocas de todas las lenguas están disponibles, como en ningún otro momento de la historia. Cuerpos disponibles. Lo único que importa, sin embargo, es el VACIO entre esos cuerpos. Allí hay que actuar. Ni lengua ni tradición propias, se han muerto, pero tampoco mezcla babélica. Lengua particular en tanto muestra un nuevo relieve de las lenguas. El verdadero escritor hoy sólo puede ser leído por su traductor (él lo lee como lee la posteridad). Si queremos que la literatura tenga un cierto papel en esta nueva época, aunque no será nada de lo que era antes, hay que LLEVARLA DENTRO DE LA LITERATURA, irse a sí misma: es una escucha del lenguaje. Quien habla por ella no lo hace sino como répondant, habla desde la memoria de la palabra. EL ARTEFACTO Maldoror-Poesías, de la teoría del plagio del conde de Lautremont, el visionario Isidore Ducasse. Toda frase nueva pasa por la prueba de venir de la escucha o es pura palabrería: el fuego sólo puede provenir de las cenizas.
8. Voltear al revés el dictum final de Wittgenstein: de lo que no se puede hablar hay que hablar, buscar el verbo nuevo que lo haga hablable, que escuche sus sustrato. “Donde se es hablado la palabra no termina” (Heidegger). Es nada más y nada menos que una REVOLUCION ESPIRITUAL dentro del lenguaje mismo: DESINTEGRA LA SUBJETIVIDAD Y SUS ASIDEROS METAFISICOS, como anticipó Joyce al escribir el Finnegans Wake y darse cuenta del carácter necesariamente esotérico de este momento. Hay que formar la secta, hablar en lenguaje cifrado, sí: pero iniciar a los adeptos.
9. “Darle vida a la palabra”, como un cabalista judío hace con las letras, no darle muerte ,como hace el mundo contempráneo. Y ESTO SOLO PUEDE HACER RADICALIZANDO LA POSTURA, no por mera vecindad con la nada. Hay que ser un poco sofista, creer en Gorgias y voltear también el proyecto filosófico de Parménides, y por tanto de Occidente diciendo muy claro que la nada sí puede pensarse porque de lo que se trata, ni más ni menos, (hoy que la literatura no tiene que ver con ningún ABSOLUTO, con ningún SUJETO, e incluso nada que ver con la HUMANIDAD) es preparar el terreno para una nueva relación entre el ser humano y el lenguaje que escape a los corsés de la metafísica occidental, que anuncie una nueva forma de pensar que desborde los límites de la lógica.
10. “En dos siglos hemos convertido en nada todo lo que habíamos heredado”, dice Ravèse, un personaje de Valentín Retz, y agrega, “Nos hemos empeñado en destruir la verdad como unos forzados en contra de la roca y hemos devaluado todo lo que teníamos por ella. Hemos incluido en todas nuestras creaciones la perspectiva de la ruina y hemos arruinado, efectivamente, el conjunto de nuestras creaciones”. Inventamos por una lado una prosa con denominación de origen, una prosa-tequila, una prosa-nieve de melón y por otro lado nos empezamos a servir con desparpajo de una prosa globalizada olvidándonos de lo que decía el escritor portugués Miguel Torga, lo universal es lo local pero sin los muros. De lo que se trata es de trabajar en el lenguaje contra los árbitros del sentido común y los policías de su ciudad; rechazar las frases usadas, las frases ancianas, las frases adversas e ir a la búsqueda e la nueva frase. Escribir libros que sean otra cosa que libros, MAQUINAS DE DEMOLICION, viviendo el lenguaje como el combate espiritual que se imaginaba Rimbaud. Libros vivos, que producen su propia energía, como centrales nucleares. HAY QUE DESPERTAR como hacen todos los personajes de las novelas de Kafka, pasar de la muerte a la vida tomado a la literatura como EXPERIENCIA.
11. En todo decálogo que se precie debe haber un onceavo mandamiento: Si la literatura no es ella misma una experiencia y se contenta con refugiarse en el reportaje y la no ficción o con referir anécdotas pierde su DIMENSIÓN POLÍTICA Y POR ENDE SU DIMENSIÓN HISTORICA. De lo que se trata es de despertar para dejar de ser solo aquello que despierta en un juego budista que va de la violencia a la calma (la violencia sin calma es sólo cólera, e imita, como todos esos ENERGÚMENOS ASALARIADOS POR EL CONSORCIO. Toda la biblioteca debe reclasificarse, ya lo dije, ahora por lo que Rimbaud llamaba “saltos de armonía desconocidos”. Este programa es, pues, radical pues implica una absoluta desapropiación allí –o aquí, mejor- donde todo lo subjetivo está ya muerto no hay posibilidades de producir y vivir una experiencia sino por la más compleja DESUBJETIVACION, en la regiones donde el cuerpo nada tiene que ver con el yo. Allí donde el lenguaje es coeficiente de libertad (la retórica literaria se defiende siempre que se busca una tal máquina de demolición, deleitándose en sus efectos de estilo. Ideología del control que convierte a la literatura en nostalgia, dialecto patético. El amor consume, no conserva. Nostalgia y reacción son una y la misma cosa. Hay que detestar a las plañideras del pasado, a los sobrevivimientes, como a quienes creen que se trata de pulverizar la tradición, neoreaccionarios ellos mismos, demasiado democráticos para sumergirse en eso que llamamos nosotros palabra nueva, del despertar. Hay que ser más chinos que occidentales, más sutiles, pues. La MAQUINA DE PLAGIAR, de Lautrémont –que es, por otra parte, el Quijote de Pierre Menard en Borges- es más efectiva. Escribir literatura implica formular ese desierto que grita implacablemente dentro de los cuerpos humanos, atrapar el nervio mismo del nihilismo, allí donde surge como una bestia el no-mundo.
sábado, 25 de octubre de 2008
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